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Ngorongoro, Tanzania: Viaje al interior del volcán

Una auténtica aventura africana en Tanzania, concretamente al interior del volcán Ngorongoro. Sus 21 kilómetros de diámetro albergan una fauna increíblemente variada.

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El amanecer aún no se había asomado por las colinas de Mbulu, cuando un joven kikuyu vino a llamar a la puerta de mi bungalow. Con él llegaron una taza de café, una jarra de agua con hielo y la noticia de que todo estaba preparado. Podíamos ponernos en marcha cuando quisiera. Recuerdo perfectamente el sabor de aquella taza de café, mientras miraba por la ventana de mi habitación, porque aquella mañana pensé que yo debía ser el hombre más feliz del mundo. Me encontraba en el corazón de África, a más de dos mil metros de altura, y a un paso de una las mayores maravillas naturales del mundo: el cráter de Ngorongoro.

Siempre he pensado que, en nuestra creencia de que la vida debe tener una finalidad, solemos crearnos objetivos, de cuyos hilos tiramos con esfuerzo día y noche con el fin de alcanzarlos más tarde o más temprano. Durante toda mi vida yo había estado unido nada menos que al deseo de visitar África, y llegar a hacer exactamente lo que estaba haciendo aquella mañana. Así es que comprenderán que aquel amanecer, mientras me deslizaba como una sombra sobre la hierba del recinto del Gibb’s Farm Lodge, estaba llevando a la práctica la mayor travesura que había suscitado mi niñez.

El carácter íntimo pero arrebatador del momento había sido el tema de conversación que la noche anterior había mantenido con Margaret Gibb. La señora Gibb es la propietaria de uno de los “lodge” más bonitos de Tanzania. La hacienda fue construida en los años 30 por un colono alemán con el fin de crear una granja en la que cultivar café. Tras la Segunda Guerra Mundial, el alemán se la vendió a James Gibb, un caballero inglés que decidió convertir la espléndida granja en idílico alojamiento para un tipo nuevo de visitante que no tardaría en aparecer por la sabana africana: el cazador, pero no de animales, sino de imágenes. El turista.

La encantadora señora Gibb, ahora viuda, me confirmó aquello que yo siempre había intuído:

-Aunque evidentemente África pertenece a los africanos, para los europeos este continente siempre ha despertado una atracción que va más allá de las palabras. Una fascinación que a menudo es irracional. Yo, que he alojado a cientos de ellos, siempre he encontrado que la gente descubre en África algo que ya llevaban dentro. Como si todo lo que ven aquí fuera una parte de ellos mismos-.

Nunca he estado más de acuerdo con nadie. Y ahora que África se me revelaba por fin tras la fría niebla matutina, no pude menos que dejar escapar un suspiro de excitación y nostalgia. Pero ¿nostalgia de qué? Pues posiblemente de esa dimensión sin límites que siempre se esconde tras las puertas de nuestras íntimas fronteras. Para muchos esa es también nuestra África.

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De entre los grandes safaris fotográficos que se hacen hoy día, la búsqueda de animales salvajes en Ngorongoro es uno de los más excepcionales.

De entre los grandes safaris fotográficos que se hacen hoy día, la búsqueda de animales salvajes en Ngorongoro es uno de los más excepcionales.

EL JARDÍN DEL EDÉN

Mi jeep estaba a cargo de dos hombres kikuyu, el silencioso conductor y Kinan, un muchacho muy vivaz que trabajaba como guía en el Parque de Ngorongoro. Puesto que cada una de sus cualidades parecían estar perfectamente concebidas para la tarea que se les había designado, a mí sólo me tocó gruñir de placer ante el espectáculo que se me avecinaba. Después de sortear campos de maíz, trigo y café, el jeep remontó una cuesta en dirección al Parque y a su puerta de Lodware. Pero al llegar a la colina de Heroes Point, a 2.286 metros de altitud, mi corazón dio de repente un vuelco porque allí se abrió ante mí, diáfana y magnífica, la vista del gran cráter de Ngorongoro.

La primera luz del día iluminaba un gigantesco anfiteatro de tierras rojizas, rodeado por montañas grises y azules en cuyas crestas se rascaban largas nubes que avanzaban hacia el Oeste. La niebla fría, el olor a cenizas y tierra mojada, el sonido del viento y esa plenitud atmosférica tan pura y africana, desbordaba el impresionante cuadro como si acabara de correrse una cortina tras la cual se asomara la eternidad.

Kinan hizo un gesto con el brazo para que volviera a meterme en el jeep. El cráter de Ngorongoro se estaba despertando y no disponíamos de mucho tiempo para lanzarnos a ver cómo sus muchos residentes se estaban levantando de la cama. Así es que continuamos ascendiendo por la misma pista y a través de bosque hacia el borde de la pared del cráter. El acceso al mismo sólo puede realizarse por la carretera llamada Seneto Descent. Ésta desciende por la pared nordeste del cráter hacia la base del mismo que se encuentra 610 metros más abajo. La excitante bajada la realizamos por una pista estrecha y abrupta, que se curva una y otra vez hasta que alcanzamos los verdes herbales de su pradera.

La excepcional belleza que destila el paisaje del cráter de Ngorongoro es uno de los grandes mitos de África Oriental y, sin duda, del mundo entero. Todos los que lo han visto quedan fulminados por la rotunda seguridad de que es imposible ver algo más hermoso.

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Es notable la variedad y cantidad de fauna que contiene esta caldera

Es notable la variedad y cantidad de fauna que contiene esta caldera

La calidad estilizada y desnuda de su marco y el hecho de que aquí, por una vez, el paisaje africano posee límites -las mismas paredes del cráter-, convierten al Ngorongoro en una de las principales mecas de todo viajero en tierras africanas.

El cráter de Ngorongoro es el mayor de la Tierra. Posee un radio de unos 20 km2 y se cree que su formación data de hace unos 8 millones de años, lo cual es una fecha relativamente reciente si tenemos en cuenta que el continente africano es el más antiguo de todos; es decir, el primero que emergió del océano primordial para someterse después a la mano escultora de los volcanes. El espíritu prehistórico que destila su paisaje nos hechiza porque reconocemos en él a ese primitivo y mítico Jardín del Edén al que nuestros orígenes siempre nos empujan.

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Los animales salvajes son los grandes protagonistas en este grandioso escenario natural

Los animales salvajes son los grandes protagonistas en este grandioso escenario natural

PARAÍSO EN LA TIERRA

Como si la contemplación de lugar tan fantástico no fuera de por sí suficiente, entre las paredes del cráter de Ngorongoro se escenifica, además, una de las representaciones más bellas del mundo. Se trata del drama milenario entre la vida y la muerte que más de medio centenar de especies animales viven día tras día, sin otro ánimo que el de sobrevivir. Perdurar. La hierba corta de sabana que cubre unos dos tercios del cráter, constituye un excelente campo de pastos para las cebras, ñus, antílopes, búfalos cafres y los últimos rinocerontes negros de Tanzania. Los bosques de las espinosas acacias con sus tiernos brotes atraen a babuinos, monos, elefantes y jirafas. Los flamencos, pelícanos y otras aves limícolas frecuentan a su vez el alcalino lago Magadi, y en las marismas de Munge y de Gorgor viven numerosas colonias de hipopótamos. Finalmente, y aunque se dice que el marco no es el más adecuado para él, el león pone aquí la indispensable nota de inquietud que requiere todo drama que se precie.

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 Bienvenidos al drama milenario entre la vida y la muerte. Aquí se mata para sobrevivir

Bienvenidos al drama milenario entre la vida y la muerte. Aquí se mata para sobrevivir

Por su número y variedad de especies, al cráter de Ngorongoro se le puede considerar perfectamente como una moderna Arca de Noé; el más grande y espectacular zoológico natural que existe en la Tierra. Su propia configuración resulta la más idónea de toda África para observar y preservar con celo especies animales que, en otras partes de las Tierras Altas de Tanzania, se encuentran constantemente al borde de la extinción. Aquí, por supuesto, el peligro existe, se palpa y te aguarda en cada recodo de los extensos herbales, pero no es otra cosa que el perfecto equilibrio que debe existir en la línea que separa la vida de la muerte.

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Ñus pastando en las llanuras

Ñus pastando en las llanuras

Lo que más arrebata al visitante en Ngorongoro es la convivencia pacífica que parece existir entre el depredador real, el león, y sus presas habituales. Ñus, cebras, antílopes y gacelas, son conscientes del hecho de que los leones siempre están ahí, a pocos pasos; sin embargo el miedo no parece planear sobre las hermosas manadas. Entonces, a uno se le ocurre pensar que, quizás como en un pasado inmemorial, cuando el mundo no era otra cosa que el reflejo del Paraíso, aquí el miedo no es la excepción, sino la regla. Y siendo la regla, éste se ha transformado en un sosegado y cauteloso conocimiento de los peligros. Los bellos ungulados saben por medio de un infalible instinto, cuándo, cómo y por qué el león ataca. Lo saben tan bien que pueden permitirse el fascinante lujo de pacer ante las mismísimas narices de sus enemigos, brindando al visitante esa extraña paz que parece emanar de la tierra africana.

POR DERECHO DIVINO

Esa nobleza congénita que tanto nos fascina en los animales salvajes también es extensible a los humanos que conviven con ellos. El grupo étnico que actualmente se halla más estrechamente vinculado a las tierras del cráter es el de los masai. Comparados con el búfalo, el antílope y la jirafa, los masai son unos vecinos recientes.

Llegaron aquí  a principios del siglo pasado, tras una larga emigración que se inició  en las tierras del norte. Eligieron la región del cráter para establecer su lugar de residencia permanente, practicando las dos actividades tradicionales de su vida: la caza y la cría de ganado. La primera se vieron obligados a abandonarla con la imposición de leyes que la prohibieron, pero la segunda sigue siendo hoy la base de su existencia. Los masai es la única tribu que tiene derecho secular a entrar y salir del cráter cuando les plazca, tanto para apacentar sus rebaños como para sacarles algunos dólares a los turistas, a cambio de una foto. No existe otro pueblo cuyo carácter y aspecto se mimetice con tan buena fortuna con su entorno físico. ¿Quién no ha identificado en alguna ocasión la foto de un guerrero o de una virgen masai con la leyenda de África?

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Ajenos al fascinante mundo salvaje que los rodea, los nómadas masai cuidan de sus rebaños

Ajenos al fascinante mundo salvaje que los rodea, los nómadas masai cuidan de sus rebaños

El nombre de Ngorongoro procede de la palabra masai “Ilkorongoro”, que designaba al grupo de guerreros masai que vencieron a los inquilinos anteriores de la región, los datong, alrededor de 1800.

La afortunada combinación de la gracia y la agilidad del negro nilótico con los rasgos estilizados de los somalíes, han producido la legendaria belleza de los masai. En ella también se refleja el orgullo de su pasado guerrero y esa nobleza innata en todo pueblo estrictamente pastoril. Los masai consideran un sacrilegio dañar la tierra con un arado, y en consecuencia desprecian profundamente la agricultura y cualquier tipo de trabajo manual. Para los masai su geografía es tan sagrada como sus rebaños de vacas a los que nunca sacrifican. Serengetti, Manyara, Meru, Tarangire, -esos nombres que tanto nos gustan-, son tan venerados por un masai como el mismo Kilimanjaro, al que jamás subirán ni por todo el oro del mundo, pues allí vive Ngai, esposo de la Luna y creador de todas las cosas.

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En el fondo del cráter nuestro jeep nos lleva junto a una “manyatta” masai, para que mi guía Kinan cumpla con lo que me prometió por la mañana. En ella viven un “laibon”, una especie de adivino, juez y sacerdote masai, que hace las funciones de intermediario entre Ngai y su pueblo. El anciano nos recibe con indiferencia, aunque su semblante parece alterarse cuando Kinan coloca frente a él los dos termos con té que venían con nosotros. Después de que todos diéramos cuenta de uno de ellos, el “laibon” se pone a hablar y no para de hacerlo. Kinan, golpeándose las rodillas y sonriendo como si aquello fuera la mar de divertido, me traduce:

-En el comienzo, Dios creó a los masai y luego creó al ganado para que viviera con ellos. Todo el ganado del mundo es suyo por derecho divino. Un día, cuando las lluvias eran escasas, un grupo de guerreros descubrió a un hombre llamado Ole Mweia, sentado en lo más alto de los montes Ngong. Dominando desde allí toda la tierra con sus lagos y volcanes, aquel hombre era el enviado de Dios, investido con poderes para traer la lluvia y predecir el futuro. Él fue el primero y más grande de nuestra larga línea de los “laibon”, los profetas del pueblo elegido, los masai-.

EN LA CUNA DE LA HUMANIDAD

Esa sensación de que en la Área de Conservación del Ngorongoro la vida se desarrolla con las mismas leyes que la han sostenido a lo largo de milenios, queda ratificada cuando sabemos que muy cerca del cráter, en la garganta de Olduvai, a tan sólo 15 minutos de la carretera que lleva al Serengetti, se encontraron las pruebas fehacientes de nuestra intuición.


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Después de años de intensas excavaciones que se iniciaron en los años 30, en 1960 los paleontólogos ingleses Louis y Mary Leakey encontraron en Olduvai el cráneo y los huesos de un joven “Homo Habilis”. La afirmación de los Leakey de que el simio vivió en Tanzania durante el Pleistoceno inferior, hace unos dos millones de años, quedó realzada con la aseveración de que el “Homo Habilis”, con un cerebro mucho mayor al de sus predecesores, es el ancestro primordial y directo que dio origen al hombre moderno.

Observar al atardecer la misma tierra que pisó hace millones de años nuestro pariente más lejano resulta una experiencia galvanizante. Cuando el sol barniza de oro la sabana africana, -y yo quiero llevarme en el bolsillo esa formación de ibis que cruza el cielo-, uno descubre extasiado que todos venimos del Jardín del Edén, y que en el paraíso terrenal Dios nos creó a cada uno por derecho divino. En la cuna de la Humanidad, yo he encontrado ésta y también muchas otras partes de mismo.

En la serena paz de este momento irrepetible, también sé que ahora solo hace que empezar la gran y magnífica función diaria entre la vida y la muerte.

Y eso tampoco quisiera olvidarlo nunca.

Ni siquiera lejos de África.

Por Félix Roig; Fotos: Elisabeth R. De las Nieves

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QUÉ HAY QUE SABER

Formalidades de entrada. Para visitar Tanzania hay que tener el pasaporte en regla y conseguir un visado en Nairobi o en una representación diplomática tanzana en Europa. En España no hay Embajada. El visado cuesta unos 25 dólares.

Las agencias de viaje españolas pueden ocuparse de los trámites.

Clima y moneda. Tanzania vive las estaciones lluviosas típicas del cinturón tropical, con un máximo de precipitaciones en los meses de Abril, Mayo, últimas semanas de Octubre y Noviembre. En esos periodos algunas pistas y Parques Nacionales pueden quedar cerrados. En cualquier caso es mala época para ver a los animales.

Por lo que respecta a la temperatura, en verano son elevadas durante el día, pero bastante frescas por la noche.

Hay que ir equipado para acampar en la cumbre del Ngorongoro.

La moneda del país es el chelín tanzano. Todos los establecimientos, hoteles y lodges aceptan pagar en dólares y las tarjetas de crédito.

Precauciones sanitarias. Las habituales en los países tropicales. Hay que contactar con un servicio médico especializado para que nos recomiende la profilaxis química a seguir, que con seguridad incluirá tratamientos preventivos del paludismo.

Hay que beber siempre líquidos embotellados o agua desinfectada con una solución de alcohol yodado. Deben evitarse las verduras crudas, las carnes poco hechas y las frutas sin pelar, así como los cubitos de hielo y los lácteos que no provengan de un frigorífico.

MÁS ALLÁ DEL CRÁTER

Garganta de Olduvai. Camino del Serengetti y dentro del Área de Conservación, se encuentra esta Garganta, considerada una de las cunas de la humanidad, donde los Leakey descubrieron un homínido de 1.750.000 años.

Volcán Oldoinyo Lengai. Volcán activo, de 2.500 metros de altitud.

Lago Natrón. Situado frente al Oldoinyo Lengai posee tal cantidad de algas que los flamencos lo adoran.

DÓNDE DORMIR

En el borde superior del volcán se encuentra:

Ngorongoro Wildlife Lodge.

75 habitaciones con magníficas vistas.

Ngorongoro Sopa Lodge.

50 Habitaciones muy lujosas. Vistas espectaculares.

Ngorongoro Crater Lodge.

Impresionante. Lujo y privacidad.

Otros alojamientos importantes también al borde del volcán: Ngorongoro Serena Lodge y Ngorongoro Rhino Lodge

Campamentos. No está permitido acampar en el fondo del cráter. El campamento Simba, en lo alto, tiene servicios, duchas calientes, agua y leña. Cuesta unas 25 dólares por persona.

DESPLAZAMIENTO

Solo es posible descender por una pista rocosa muy estrecha y subir por otra, ambas construidas por prisioneros en los años 50. Si alquilas un vehículo del hotel es obligado llevar conductor.

Descenso. A causa de la pendiente y del estado precario del camino, descender los 610 metros de profundidad del cráter puede llevarle una media hora. Durante la bajada, la vegetación es exuberante y hay varios miradores donde se pueden tomar fotografías.

GASTRONOMÍA

En esta parte de África la gastronomía jamás es uno de los atractivos del viaje. La cocina autóctona es pobre por tradición y la herencia dejada por los británicos no es brillante, precisamente. Sin embargo, los amantes de lo raro podrán disfrutar con el filete de búfalo, ñu o antílope. De todas formas, en los lodges citados se sirve cocina internacional.

QUÉ COMPRAR

Sin lugar a dudas, tallas de madera. Las hay a miles, representando todo tipo de escenas de la vida cotidiana y también de animales salvajes.

Las joyas en maderas nobles, malaquita o azerita también son muy corrientes. Otra posibilidad es adquirir adornos masai, lanzas o escudos.

Si se compra una alfombra de león, cebra o antílope hay que reclamar el certificado CITES que garantiza que el animal ha sido cazado legalmente. Antes de salir hay que informarse de los animales que están en peligro de extinción y evitar regalos que estén fabricados con ellos.

PARA MÁS INFORMACIÓN

Embajada de Tanzania.

En Londres

78 Borough High St. Londres.

(Tel. 44 171 407 05 66).

En París 

10 Blvd. Pereire, París 75017.

(Tel. 33 1 47 66 21 77).

Embajada de España  en Tanzania.

IPS Building Samora Av. Dar es Salaam. (Tel. 23203).

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